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¡Bienvenido

Al Horror!

La leyenda de "La Llorona".

  • Foto del escritor: Andy Vaam
    Andy Vaam
  • 5 nov 2015
  • 3 Min. de lectura

Desde México hasta Argentina. Desde Chile hasta España. Todo aquel ser humano que conozca, al menos un poco, de la cultura de su pueblo, debe haber oído hablar de ella. Debe haber escuchado las terribles historias que se cuentan en su memoria o, al menos, imaginado verla arribar.


Existe un ser tan aterrador, tan abominable, tan estremecedor, que ha logrado cautivar a toda una región, a punto tal, de que un continente, en su complejidad, se conmueva al escuchar su nombre, aun hoy, cuando pareciera haberse extinguido el terror. Es que, sería sencillo imaginar tanta difusión en tiempos de globalización, pero la leyenda de “La llorona” ha perturbado a toda la región Hispana desde tiempos inmemorables. Lo que nos hace pensar, ¿Podría existir tanto terror en un ser sin rostro? Pues, esta es la leyenda que se cuenta:

Como muchas historias de terror, comienza con un amor no correspondido. Se dice que existió una mujer indígena enamorada de un caballero español, una relación prohibida que dio como fruto tres niños bastardos, a los cuales amaba y cuidaba de forma incondicional. Los días fueron corriendo, entre mentiras y sombras. La dulce madre, viendo a su familia destruirse, comienza a pedir que la relación sea formalizada, pero el caballero no acepta su pedido.


La esperanza de la mujer se destruye por completo cuando, al poco tiempo, el hombre la deja para casarse con una dama española de alta sociedad. La mujer Indígena al enterarse, dolida por la traición y el engaño, comienza a perder el control de su mente. Totalmente desesperada, toma a sus tres niños y los lleva a orillas del rio. Abrazándolos fuertemente con el profundo amor que les tenía, los hunde en él hasta quitarles la vida. Para después terminar con la suya.


Es así como, desde aquel día y para siempre, nace el espectro más aterrador de la historia de latinoamerica. Todavía existen personas que afirman haberla visto, vagando sin rumbo, desolada y hundida en sus lamentos. La mujer indígena camina por las calles, gimiendo y llorando por el triste final de su destino. Un dolor profundo condena a quien la ve, y un malestar que se nota a la legua, invade el territorio. Es la llorona. Es su triste dolor. Es la melancolía de no haber visto la felicidad, nunca jamás.

La culpa no la deja descansar en paz, su lamento se escucha a largas distancias. Vestida de blanco pureza, bañada de lodo, con los pies descalzos y con su rostro completamente tapado por la cabellera, ésta mujer camina llorando, clamando por sus hijos, por la paz eterna, por la justicia que nunca pudo tener.


Pero, ¡Cuidado! Porque el caminar no es sólo de lamento. Su llanto está plegado de rencor, de ira, de odio hacia los hombres. La venganza acecha su garganta. Y, sin poder encontrar a quien la lastimó, atacará a todos los hombres que se crucen en su camino. El destino que te espera, si te la ves pasar, es inenarrable. Es, más bien, atroz. Dicen que se presenta con una mirada angelical, que te pide ayuda por haber perdido a sus niños y que necesita encontrarlos. Por piedad, y solo por piedad, decidirás ayudarla, y allí, precisamente, cuando la suerte está echada. Cuando tus minutos están contados.


No existe, en realidad, una historia oficial sobre la llorona. Pues varía a lo largo del continente. En algunos países se habla de una casorio con el propio Satán, hay quienes, también, hablan de homicidios en lugar de un suicidio, de un embrujo hacia la madre irresponsable, y también están, quienes afirman que se trata de un simple cuento.


Pero, en algo, las versiones no varían: Una dama de blanco, vagando y llorando por las calles de tu región, un dolor tan grande que puede apreciarse a varios kilómetros de distancia, los perros ladrando, desesperados por el terror, y tú, solo en la noche, frente al espectro más famoso, más vil y aterrador del planeta entero, sin escapatoria, sin nada que hacer. Ella se te acerca lentamente, con pasos desdibujados que ni tú mismo puedes percibir, pero que se dan. Antes de que lo pienses, ya está frente a ti, sus ojos tristes reparan en tu mirada, la ira crece por en ella, de la misma manera que, en ti, crece el terror. Ya no hay vuelta atrás, ya no hay escapatoria. Entonces, ella abre su boca, que ha permanecido cerrada durante cientos de años y exclama: ¿Has visto a mis niños?


¿Cuál sería tu respuesta?

 
 
 

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