Una confusión estremecedora en la noche de los muertos.
- Andy Vaam
- 31 oct 2015
- 3 Min. de lectura

Halloween es una época extraña. No sólo por los decorados y por las numerosas historias que se cuentan en él, sino, además, por lo que se conmemora en ese día: El día de los muertos. Halloween es la única época del año, donde el morbo de la sociedad sale a la luz, donde nadie te juzga por ser especialmente macabro o por ser original en cuanto al terror. Precisamente, es eso lo que se busca en él: Conmemorar el mal, el sufrimiento, el surgimiento de demonios en nuestro interior. Halloween es la única época del año donde ser distinto está bien visto, donde serás reconocido por ser psicópata o cruel. ¿No te resulta extraño?
No sería extraño comprender, por qué los momentos más lúgubres suceden durante esa noche, porque la sociedad lo permite. Psicopatas Seriales que sienten sus demonios salir a la luz con el consentimiento del pueblo, jóvenes adolescentes que descubren que el dolor ajeno les genera una paz extraordinaria, niños y niñas probando nuevas experiencias paranormales, como el juego de la copa o demás. Y suicidas, que esperan 365 días, para concretar su misión en la fecha que se les conmemora. ¿Nunca te has preguntado por qué, en una sociedad supuestamente sana existe un día como Halloween, donde el terror aflora a plena luz del día, donde ver una cadáver desfigurado no genera rechazo alguno y donde la gente parece actuar de manera completamente diferente a como lo haría en otra situación?
La historia de hoy habla un poco de todo esto. Esta es la historia.






Sucedió en Frederica, una pequeña localidad de Delaware, EEUU. El 31 de octubre comenzó con un clima particular, desde muy temprano ya, las personas adornaban sus viviendas con decoraciones típicas de la fecha, telas de araña cubriendo las ventanas, cráneos y esqueletos en la puerta, monstruos de juguete y las típicas calabazas talladas. A medida que las horas iban pasando, cada vez más vecinos salían a decorar sus viviendas, algunos gastaban demasiado dinero, otros preferían improvisar.
Sin embargo había, desde muy temprano, una vivienda que estaba decorada de manera muy particular. No tenía calaveras, no tenía calabazas, monstruos ni ningún otro decorado típico. Sólo tenía un árbol, viejo y desestructurado, y una maniquí colgado de él.
El decorado era imponente. Cualquiera que pasaba por allí podía apreciarlo con detenimiento, estaba a la vista de todos, hombre y mujeres, grandes y chicos. Todo el pueblo podía ser testigo de una obra maestra. Un decorado que, en cualquier época del año, hubiese sido escandalosa, pero que, en Halloween, fue espectacular.
El día pasó y la noche también. Los niños volvieron a sus casas, los padres a dormir. Llegó el primero de noviembre y, poco a poco, los decorados comenzaron a desaparecer. Cada uno fue sacando sus cosas, hasta que todo volvió a la normalidad. Sin embargo, había algo que seguía allí: El maniquí en el árbol nunca fue sacado por nadie.
Pasó el primero de Noviembre y la gente comenzó a preocuparse, hasta que, a alguien, se le ocurrió llamar a la policía y verificar lo peor. Cuando la policía llegó e inspeccionó el lugar, todo el pueblo se dio cuenta que había cometido un error. El decorado no era un muñeco y tampoco fue puesto ahí por motivo del festejo.
Niños y niñas, jóvenes, adultos y mayores, estuvieron a la presencia, durante dos días enteros, de un cadáver. Una mujer suicida que había elegido la noche de Halloween, para colgarse en el árbol de su casa. La mujer, aparentemente trepó a un árbol, y se colgó una soga al cuello el martes por la noche hasta quedar suspendida. Pero nadie reparó en ella, porque creyeron que el cuerpo tambaleante en el árbol era parte de las decoraciones macabras que rodean la popular fiesta de la noche de las brujas o Halloween.
Da para pensar, ¿No les parece?

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