Las increíbles andanzas de un loco y su maldito perro negro.
- Sólo un loco.
- 27 ago 2015
- 5 Min. de lectura

Éramos mi perro y yo, si, sólo un loco con su perro, su maldito perro negro. Íbamos en una coupéTorino 380W sin rumbo fijo, perdidos en una ruta que ni sé cual era, fumando unos cigarrillos y tomando una ginebra. Sonaba el blues de la amenaza nocturna de Manal, mi perro sacaba la cabeza por la ventanilla, le gustaba el viento en la cara. El sol del atardecer le incendiaba los ojos.
En un momento me mira y me dice:
- Necesitas un cambio de ritmo, dobla a la izquierda en el próximo cruce.
No dije nada, mi perro sabe, conoce todos los misterios del mundo, y me conoce a mí, sabe hasta el más efímero pensamiento que cruza en mi cabeza. Así que yo me entrego en cuerpo y alma, sin oponerme ni hacer preguntas, a cada cosa que él me dice, porque me conoce, sabe lo que me gusta, lo que me suelta, lo que me tienta y lo que me asusta. Cuando el perro habla yo escucho y obedezco como el esclavo más leal.
Después de un buen tiempo (no sé cuanto),cruzando el desierto por un camino de tierra, llegamos a un pueblo fantasma de mala muerte que no recuerdo el nombre. Paré el auto y bajé, el perro tomómi billetera y el revolver de la guantera y entramos al único bar que había.
Era un salón grandísimo. Parecía que todo el pueblo estaba en el bar, muchas mesas, mucha gente extraña, las mozas iban y venían con las bandejas colmadas de alcohol, un par de mesas de pool, una ruleta, cartas y un par de putas bailando en bolas. Al fondo a la derecha, en un pequeño escenario, un par de negros tocaban un blues, que me hacia acordar a mi época en de Nueva Orleans. Recuerdo que me quedé parado en la entrada, flotaba algo extraño en el ambiente y sentí ganas de salir de ahí, pero el perro ya se había acomodado en la barra y pedía unas cervezas. No podía echarme atrás, así que fui a sentarme con el perro y dar inicio a ese ritual enfermizo, tan alejado del mundo, por ese camino tan habitual rumbo a la perdición.
Se nos pasó el día montado en el rocanrol de ese bar, mi perro había desaparecido hacia un par de horas con unas putas y yo estaba quebrado en la barra. Comencé a notar que esa gente me observaba. Todos estaban absortos en lo suyo pero cada tanto me echaban una ojeada. En una mesa que estaba al fondo, estaba sentado un viejo grandote con los ojos clavados en mí. Ese hijo de puta hacia rato que estaba ahí y no me sacaba los ojos de encima. Tenia una gran barba blanca, brazos de un gorila, y llevaba un sombrero que le ensombrecía el rosto, no así sus ojos, estos brillaban como refusilos.
La paranoia se empezaba a apoderar de mí.
En un instante no aguante más, sentí como la furia inflamaba mis entrañas, me levante de un salto y a paso decidido me fui directo a enfrentar al viejo y darle muerte si era necesario. Mi perro, que olfateando el peligro apareció, me seguía de atrás con el arma en la mano. A medida que acortaba la distancia que me separaba del viejo, pode notar de reojo que la gente se quedaba inmóvil, observándome y el miedo se dibujaba en sus caras. La música se detuvo y todo quedó en un gran silencio que solo era cortado por el ruido de mis pasos y los del perro. Cuando estuve de frente al viejo, lo pude ver. Pude ver el mismísimo infierno es sus ojos. Con una sonrisa me dijo:
-Hace años que vengo esperando este momento. He cruzado mil pueblos y ciudades buscando a tu perro. Vengo a llevármelo. Miré a mi perro. Estaba paralizado, por primera vez noté miedo en su mirada. Volví mis ojos al viejo, que me miraba con una sonrisa, media siniestra, media burlona. Debó reconocer que el miedo me invadió. No sé si fueron los ojos del perro o los del viejo, pero un pánico terrible me caló hasta los huesos. Intenté controlarme. Yo creo que fue todo el alcohol en mis venas, el que me hizo armarme de valor, y cambiar el horror por furia. Me acerqué al viejo y le dije:
-El perro no sé va con nadie. No sé quien mierda sos, pero no te metas con nosotros porque somos peligrosos, sabemos defendernos y estamos armados.
El maldito viejo me miró por unos segundos y luego se empezó a reír muy fuerte. Mirando arriba se reía con unas asquerosas carcajadas. ¿Quién era este viejo? ¿Por qué quería llevarse al perro? ¿Cómo nos conocía? ¿De dónde? ¿Cómo se atrevía a hablarme así? Cualquiera que me conozca, lo pensaría mil veces antes de meterse conmigo o mi perro. Pero este viejo me viene a desafiar y encima se burla.
El asqueroso viejo seguía riéndose estúpidamente, no lo aguante más y le lancé mi mejor trompada. Si en algo me destaco, después de ser un gran borracho es en la lucha, tengo una derecha tumbadora, digna de un gran púgil. Cuando mi derecha entra bien, tumba, rompe huesos, arranca dientes y salpica el precioso liquido escarlata pintando hermosas obras de arte en el suelo y las paredes.
A partir de ahí el recuerdo se hace muy confuso, sólo tengo algunos flahses, algunas imágenes, olores y sonidos que mi abrumada cabeza asoció a algunas situaciones, que pueden estar muy lejos de la realidad, y que paso a detallar a continuación.
Mientras el viejo seguirá riéndose estúpidamente, le lancé un derechazo con todas mis fuerzas. Lo cierto y lo que recuerdo, es que mi puño no llegó ni a rozarlo, y yo terminé de cara a la mesa con la nariz rota. Una mano muy fuerte me sostenía firmemente por la nuca ahogándome en mi propia sangre. Escuché disparos, eran del 38. de mi perro, escuché sus gruñidos y sus ladridos. Algo golpeó en mi cabeza, escuche el ruido de vidrios rotos, y sentí un agudo dolor al costado, en mi oreja. Escuché muchos gritos, gritos de rabia, gritos de pánico de mujeres. A pesar de todo, todavía sentía la risa del viejo, todavía escuchaba esas asquerosas carcajadas que hasta el día de hoy me causan repulsión y pánico. Escuché más disparos, de diferentes armas. Escuché ruidos de vidrios rotos, de madera crujiendo, de cuerpos pesados golpeando contra el suelo. Sentí el olor de mi perro, sentí su pelaje en mi cara. Olía sangre y pólvora. Todos esto que cuento es lo que recuerdo y no esta en orden cronológico. No tengo noción del tiempo, no se cuanto pasó.
Desperté en el auto. Me dolía mucho la cabeza, la cara, la espalda. Me toque la oreja y sentí vidrios. Mi perro manejaba, el costado derecho de su cabeza estaba pintado en sangre, sangre seca. Íbamos muy rápido, sentía al motor al limité. Cuando el perro se dio cuenta de que desperté me miro, sonrió y me dijo:
-Estuvimos muy cerca, pero los dioses nos dieron una vida más. Ya todo pasó. Se te ve mal, será mejor que descanses.
Sus palabras y la paz en sus ojos me tranquilizaron. Me acomodé un poco y me volví a dormir.
Fin
Sólo un loco.

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